Retrospectiva. 

Un juego de perspectiva; una mirada diferente, insólita, aislada recuperada de la abstracción  para darle forma en el lienzo, es lo que ofrece la obra de  Javier Yepes. Son pasajes insólitos con percepciones diferentes, captaciones de una realidad que se convierte en abstracción a partir de unos ojos, los del espectador que miran desde un punto estratégico para dar una lectura propia y personal.

Sin esa pieza fundamental que es el espectador, la obra de Yepes no se manifiesta y por tanto, se degrada. Su trabajo nace y se deshace a medida que el espectador recorre su obra. Es el ciclo del Eterno Retorno. El arte es naturaleza misma que nace y muere para volver a nacer. Es el concepto de Arte Efímero y al mismo tiempo Eterno. La obra de Javier Yepes nos introduce en el subconsciente de su experiencia de una vida de sobresaltos y sentimientos encontrados a lo largo de todo el siglo XX. No puede dejarnos indiferente. 

Aunque su pintura es figurativa, no deja de ser un código plástico conceptual y sintáctico de ideogramas, en el que Yepes ofrece una mirada hacia el interior del individuo; una mirada hacia lo profundo del ser humano. La propia pintura se convierte en una herramienta que narra la evolución del artista, y a la vez interviene en ella. El resultado es una obra surrealista, absorbente, inquietante, enigmática y cautivadora, con claros guiños de sus referencias, como Miró, Magritte y Dalí, que demuestran su culto a la Historia del Arte Universal. 

Con un dominio absoluto de la perspectiva, y un trazo firme, sus pinturas son percibidas a veces como relieves, pinturas escultóricas. Otras veces juega con las dos dimensiones del plano. Lo domina sin miedo. Algunos personajes parecen esculpidos en el lienzo, y que parecen salir de la pintura. Su obra crea una ilusión donde parecen distinguirse diferentes espacios temporales y como no, emocionales. Yepes comunica. Sus personajes conseguidos con elaborado cromatismo, se perciben como compañeros de un viaje frustrado, símbolo de un tiempo, quizás el actual, donde solo quedan fósiles de lo que fue un sueño... 

Crítica hecha por Eduardo de Antonio, Historiador del Arte que compagina su profesión con la de perito judicial con número de colegiado 36587 del Colegio oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía i Letras de Cataluña.

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Ahondar en la pintura de Yepes no supone ningún esfuerzo. Bien al contrario, es un inmenso placer, una satisfacción que crece a medida que nos adentramos en la complejidad de sus planteamientos. 

Porque las suyas son obras de amplia lectura: Son intrínsecamente conceptuales, ya que tras todas ellas hay un mensaje a descifrar, una idea subyacente que -casi siempre- responde a una duda metafísica o a una revelación personal. 

El alma del artista está como trasfondo, presente en cada tela. Más que sentimientos, que los hay, sus pinturas acogen pensamientos, meditaciones y reflexiones no conclusas. Yepes- hombre y Yepes-artista entrelazan su presente y su futuro, al unísono, gemelos... ¿quién reflejaría a quién en el espejo? 

Tampoco hay respuesta a esta cuestión: ambos son la misma esencia,  porque ambos son uno, que entiende que arte y vida son indesligables. 

Personajes atormentados por dudas universalmente válidas habitan sus lienzos y nos hablan, nos cuentan que el peso que acompaña nuestras existencias es en ocasiones excesivo, que la carga puede ser sufrimiento y dolor. Aunque siempre hay un atisbo de esperanza... una compensación, llámesele amor o amistad o creación artística. 


Si, porque el arte puede ser una sublimación, una salida, una razón. Y lo es para Yepes... La paleta cromática de Yepes, basada -como no- en tonalidades eminentemente frías, pondera y enaltece el contenido plástico: Refuerza los argumentos estructurales del propio artista. 

Sus composisiones casi siempre responden a la exaltación de la figura, porque el ser humano es el centro del universo plástico de nuestro artista. No podía ser de otro modo... 

Figuras en primer plano, que amilanan casi al espectador, lo empequeñecen con su cercanía imponente, su rotundidad también, su contundencia y colosalismo. 

Figuras escultóricas, generosas en volúmenes y materia, sobre fondos tenebristas, envolventes, inquietantes, que sucumben a pinceladas impetuosas y enérgicas y a fuerzas definidamente centrípetas... 

Y todo bajo una luz siempre diferente, que a veces nos remite al surrealismo (también a De Chirico y a Magritte), en plena e indescifrable y otras nos transporta a los grandes maestros del barroco español e italiano, porque es tenue, matizada, contrastada y eminentemente espiritual. 

Yepes, créanme, merece acercamiento y detenimiento. Atrapa, envuelve y cautiva. 

Por Marien Róvalo. Crítica aparecida en la revista "Artes Plásticas" nº 70, Barcelona, año 2000.